Si hay algo que siempre he tenido claro es que no me gusta recibir órdenes. Debo de tener algún tipo de problema con la autoridad, aunque eso sí, como abogada respeto mucho a los jueces. Por esta razón siempre he tenido clarísimo que mi destino era ser trabajadora autónoma, para no depender de nadie y llevar las riendas de mi vida profesional y no me arrepiento de mi decisión en absoluto.
Recientemente he tenido la ocasión de ver de cerca los problemas de salud, económicos y familiares de varios profesionales y comerciantes autónomos y mi empatía con ellos es total, como no podía ser menos.
Y es que ser trabajador por cuenta propia te da una perspectiva diferente de la vida. Cuando hablo con personas que trabajan por cuenta ajena y tienen su nómina asegurada a fin de mes, que trabajan de lunes a viernes y al final de la semana desconectan totalmente, no puedo más que pensar qué distintos somos. Y es que el autónomo nunca está en modo off, siempre está en modo on. Y no es una queja, es simplemente una forma de vida. Nunca bajamos la guardia.
Los que sois autónomos me comprenderéis. Un autónomo desde que abre su negocio tiene una responsabilidad, no sólo consigo mismo sino con su familia. Su negocio tiene que funcionar bien porque es su proyecto de futuro, su único proyecto. Desde que abre la puerta de su negocio los gastos están asegurados: alquiler, impuestos, luz, agua, teléfono, seguridad social o mutualidad, etc pero los ingresos son un misterio, uno nunca sabe cómo va a resultar ese mes y cada céntimo hay que ganárselo. Desde el primer momento la maquinaria se pone en marcha y uno tiene que ingeniárselas de mil maneras para destacar entre la multitud. Somos una gota en un océano de profesionales y hemos de diferenciarnos.
Por eso el autónomo es un ser creativo, porque debemos utilizar nuestra imaginación para crear la diferencia. Los autónomos siempre estamos pensando en nuevos retos, cogiendo ideas de aquí y de allá, leyendo, observando, poniendo en marcha proyectos, cambiando cuando no funcionan, siempre cavilando. No podemos dormirnos en los laureles porque la competencia nos pasa por encima.
Los autónomos somos hombres y mujeres orquesta, somos el becario, el currante y el gran jefe. Somos el departamento de contabilidad, el de marketing, el servicio de atención al cliente y el que presta los servicios. Todo en uno.
Los autónomos no descansamos demasiado, no nos lo podemos permitir y es por todos conocido que no hay mejor forma de evitar la enfermedad que ser autónomo. Salvo cuestiones de gravedad que nos obligan necesariamente a parar, un autónomo no para nunca. El espectáculo debe continuar.
Debemos formarnos y actualizarnos constantemente para no quedarnos obsoletos. El mundo cambia y nosotros con él, la legislación cambia y las obligaciones también, hay que estar al día de las novedades y cumplir con las leyes vigentes.
Pero además, no nos olvidemos, debemos ser equilibrados, conciliar la vida familiar y profesional y el día de los autónomos también tiene veinticuatro horas, señores.
Por si fuera poco en ocasiones somos incomprendidos por nuestros amigos, por nuestras propias familias, que no entienden tanta dedicación a nuestro trabajo dejando de lado otras cuestiones. Sin embargo, cada día abrimos nuestro despacho, nuestro pequeño comercio, nuestro negocio con la ilusión de avanzar, capeando temporales y altibajos emocionales, que surgen inevitablemente.
Los autónomos somos una fuerza que mueve el mundo, aunque seamos poco reconocidos. Nadie nos ha regalado nada y nadie nos lo va a regalar en el futuro, así que seas abogado, arquitecto, psicólogo, carnicero, pintor, albañil, farmacéutico, frutero, peluquero, dentista, cerrajero… yo ante todos, señoras y señores, me quito el sombrero.